lunes, 2 de febrero de 2009

Miguelito

Hace unas tres semanas, coincidí en casa de mi mamá con mi tío Fede, a quien por el bigotazo que se carga algunos llamamos “el general”. Tenía mucho tiempo sin escucharlos hablar juntos, así que había olvidado lo parecidos que son, creo, los más parecidos de los cinco hermanos. Me reí con su manera exagerada de hablar, sus “ey” y sus “edás” más que tapatíos, tequileños. Mi mamá le dijo “mira, como hace mucho que no nos oía hablar, vas a ver que en unas semanas Dalísima va a escribir sobre esto”. Y sí, pero en realidad me dan pie para hablar de algo que hace un par de años comenté con mi hijo Samael: los hermanos. Él es hijo único, pero el 17 de abril de 2007 llegó a nuestras vidas otra de esas grandes señales que Dios nos da de su existencia: Miguelito, mi sobrino.
En aquella plática que les menciono, antes de que la risa, los bailes y los ojazos de Miguelito llegaran a nuestras vidas, le hablé de lo hermoso que es tener hermanos, a mi niño que no los tiene. Le dije que sólo los hermanos, o medios hermanos, pero nacidos de la misma madre, comparte un privilegio infinito: haber estado en el mismo espacio corporal antes de recibir la luz y el aire de esta tierra, el vientre de nuestra madre. Ese espacio oscuro, mágico, protegido, seguro, él que nadie más que Miguel y Mayté compartieron conmigo.
Pero ahora sé que después del vientre sigue la sangre. Hoy que las familias tienen una nueva estructura, me queda muy claro que la sangre es poderosa. Miguelito llegó a este mundo gracias al vientre de Rosy, y a la sangre de mi hermano, el segundo morador de aquella cálida casa por la que yo pasé en tercer lugar, el vientre de mi madre. El pequeño cielo, casa de campaña, espacio cósmico que da pasos sobre la tierra. Y llegó Miguelito aprentando los botones de la risa, del llanto, de la ternura y sobre todo, de la unión a pesar de las diferencias. Mis hermanos y yo no tenemos ni una muletilla en común, no nos parecemos físicamente, de seguro cuando tengamos 60 o 70 años, como mi tío Fede y mi mamá, a nuestros hijos les costará trabajo encontrar esos rasgos que llamamos aire de familia. Pero los tres pasamos por ahí, y a los tres, se nos hincha el corazón cuando escuchamos a Samael haciendo reír a Miguelito con esas carcajadas que parece lo van a desinflar.
Publicado en Ocio el 25 de abril de 2008

No hay comentarios:

Publicar un comentario